EL BALANCE DE ARAFAT

Language: ES
Type: Contributed Column
Publication: Nuevo Herald, El (Miami, FL)
Location: Section: Perspectiva, Edition: Final, Page: 24A
Author: ISAAC LEE
Date: December 6, 2004
Copyright: Copyright (c) 2004 The Miami Herald

 

Nuevo Herald, El (Miami, FL)
December 6, 2004
Section: SECTION: Perspectiva
Edition: EDITION: Final
Page: PAGE: 24A
Memo:ISAAC LEE

EL BALANCE DE ARAFAT
SOURCE/CREDIT LINE: ISAAC LEE, Especial para El Nuevo Herald

Arafat se muere y todo el mundo hace su balance. Como siempre, para unos es un héroe y para otros el peor villano. A los muertos se les juzga con poca dureza y se tiende a perdonarles sus pecados. Cuando él pedía yijad, yijad (guerra santa) invitaba a los jóvenes a inmolarse con un incentivo inmejorable: irse como mártires al cielo, en donde serían recibidos por 70 vírgenes.

Pero haciendo a un lado las opiniones del gobierno de George W. Bush, y las de Ariel Sharon, Arafat no sale bien librado. En la entrevista que el ex presidente Bill Clinton le dio a 60 Minutes con motivo del lanzamiento de su biografía, aseguró que fue Arafat quien frustró a última hora las negociaciones de Camp David, en las cuales se estuvo muy cerca de alcanzar la paz. Y cuando a Rudy Giuliani le tocó hablar durante la convención republicana, dijo que el terrorismo no comenzó el 11 de septiembre, sino en los juegos olímpicos de Munich en 1972, cuando los palestinos asesinaron a los atletas israelíes.
Eso, se dirá, es lo que piensan los americanos. Pero otros, que tienen más elementos de juicio, piensan mucho peor. El general rumano Ion Mihai Pacepa, jefe de la inteligencia de Ceaucescu dice estar seguro de que Arafat estuvo comprometido con la ejecución del embajador norteamericano y otros oficiales en la embajada de Arabia Saudita en Jartum en 1973. En su libro Horizontes rojos, Pacepa cuenta cómo Arafat se jactó de su operación de Jartum durante una cena privada con Ceausescu en Bucarest, en la cual él estuvo presente.

¿Y el premio Nobel de la paz? Era para que hiciera la paz. Pero Arafat fue siempre un hipócrita. Para empezar, no era ni siquiera palestino de nacimiento. Arafat nació y se educó en el Cairo y hablaba árabe con acento egipcio. No participó en la guerra árabe-israelí de 1948 ni en la del Suez. Era un terrorista útil para sus vecinos árabes que no querían el problema Palestino en su propia casa.

Los israelíes, como estado, estaban dispuestos a asumir un costo mucho más grande por la paz de lo que el líder palestino estaba dispuesto a asumir. Desde ese momento se hizo evidente que sus intenciones de firmar un acuerdo de paz nunca fueron auténticas.

Los hombres de estado que han gobernado en tiempos de guerra están dispuestos a bucar la paz. Su condición de líderes y duros combatientes les permite hacer las más osadas concesiones para acabar un conflicto sin ser tachados de traidores por su país. Así lo hicieron Beguin y Sadat en el 79, cuando firmaron la paz entre Israel y Egipto. Y así lo propuso el general Ehud Barak, ex comandante de las fuerzas militares de Israel que dirigió el rescate de los pasajeros de Air France en el aeropuerto de Entebbe, en Uganda. Cuando Barak se reunió en Camp David con el presidente Clinton y la secretaria de Estado Madeleine Albright, le ofreció a Arafat concesiones inesperadas, que incluían convertir el 90 por ciento de Cisjordania en un estado palestino. ¿Y qué hizo Arafat? Rechazó la oferta más generosa que jamás le pudieron hacer.

En lugar de provocar investigaciones y demandar aclaraciones, sus actos de corrupción le ganaban gradualmente un puesto más importante en la lista de millonarios de Forbes, en la categoría de reyes, reinas y déspotas. Con más de 300 millones de dólares (que según investigadores del Servicio Nacional Británico de Inteligencia Criminal, provenían de extorsiones, sobornos, lavado de dólares y tráfico de drogas y de armas), acompañaba en la lista a Fidel Castro, quien, junto con Idi Amin, ``el carnicero de Uganda'', conformaban su círculo cercano de amigos.

Madeleine Albright, la secretaria de Estado de Clinton, cuenta en su libro Madamme Secretary que ``si Arafat hubiese tomado una decisión diferente, Palestina sería ahora miembro de las Naciones Unidas y tendría su capital al este de Jerusalem. Su pueblo podría viajar libremente entre Cisjordania y Gaza. Su puerto marino y aeropuerto estarían operando. Los refugiados palestinos estarían recibiendo compensación y ayuda para reestablecerse''.

En las últimas entrevistas que dio enfermo, el líder palestino no se veía muy tranquilo. Los millones de dólares de su fortuna no se los iba a poder llevar a la tumba; en cambio, estaba por comprobar si la historia del encuentro con las 70 vírgenes era cierta, o si, por el contrario, el infierno al que se van los terroristas realmente existe.

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